Cuando te escribo, quizás por la posición en la silla, se me suben las mariposas del vientre a la cabeza y con un ruido infernal me trastornan las ideas con sus aleteos de colores.
Entonces el papel que ningún sobre aceptaría pasa volando, en incomprensible codificación binaria, más allá del alcance mis manos torpes, y ¡pum! te golpea las narices.
Paradoja: del impacto, atolondrado me quedo yo, transpirando angustia y resignación y esperando que tu entiendas lo que yo no acabo de explicar.
Creedme, caros lectores imaginarios, cuando os digo que lo de la confusión de lenguas no es algo que necesite un interlocutor. Y que morderse los dedos hoy día tiene a veces más valía que callarse.
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