"Se pretendía capaz en diplomacia, la ciencia de aquellos que no tienen ninguna ciencia y que son profundos por estar vacíos; ciencia por otra parte muy cómoda, en el sentido que ésta se demuestra por el ejercicio mismo de sus altos usos; que necesitada de hombres discretos, permite a los ignorantes no decir nada, retirarse en cabeceos misteriosos; y que, en fin, el hombre más apto para esa ciencia es aquel que nada con la cabeza a flote por encima del río de acontecimientos que al parecer conduce, lo que se convierte en una cuestión de liviandad especifica. Aquí, como en las artes, se encuentran mil mediocridades para un hombre ingenioso."
Honoré de Balzac, Illusions perdues - Les deux poètes, 1837
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