Mimosas serpientes rodean su cuello,
se tuercen, retozan, en juegos de celos.
De celos su rostro cubierto, inerte.
La soga estirada, cuerpo que se mece.
Va deambulando sin aire en el pecho,
sin voz, sin aliento, ni sangre, ni nada.
Cual rosa olvidada, cual clavel reseco,
va silbando estrellas, tragando la estrada.
No sabe siquiera llorar ya su pena;
caricias, volúpia, torpor y azucena.
Caricias ausentes, placeres frustrados,
ella ya no es suya, ni suyos sus labios.
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