Fueron los años de la guerrilla y del pacifismo, los años de la gran contestación y de la más absoluta 'disciplina revolucionaria', los años de mejor nivel de vida y de mayor agitación en Europa, los años en que se arrodillan los Estados Unidos y en los que caen el Che y
Marighella. Años en que renace Lenin y en Praga se le sofoca en nombre de Lenin.
No presumo de entender qué fue el ’68, y suscribo a
aquél que dijo que la Historia tiene mucha más imaginación que nosotros. Nadie sabía qué vendría de allí, pero nadie imaginaba que sería, veinte años después, algo que dulcificar y olvidar, tal vez así evitando que se repitiera.
Del ’68, de esta nueva sociedad ‘postindustrial’, nace una Nueva Izquierda, de praxis libertaria, crítica con la cultura, levantando banderas que habían estado relegadas a la academia; de
Gramsci a la
Escuela de Frankfurt al profético Guy Débord; una Nueva Izquierda que defiende que junto con fin de la explotación del capital debe venir el fin de la represión; la alienación aniquilada en todas sus formas y, reivindicando con una contundencia sin precedentes el derecho al placer, la crítica al modelo productivista del Marxismo tradicional, y el germen del ecosocialismo.
Pero a la vez trae un nuevo voluntarismo, exagerado, radicalizado; en palabras de
Régis Debray: “
Bajo los adoquines, la playa. Bajo Mayo del ’68, Margaret Thatcher y Ronald Reagan”. El goce inmediato como valor máximo y un postmodernismo inconsecuente o, en el mejor de los casos, despolitizado, dan lugar a un nuevo individualismo atomizante y desorganizador. Las nuevas ‘vanguardias’ siempre ‘puras’ y únicas intérpretes fieles de la doctrina, dividen y enajenan a las personas.
40 años después, el balance es asimismo dual; nunca ha habido una sociedad tan libre como la sociedad europea actual (aunque cada vez menos) ni nunca ha habido una sociedad tan encadenada. Los derechos individuales vinieron acompañados de una represión y manipulación igualmente intensas, y la corrosión del modelo y sus bases legitimadoras son enormes.
Aquellos mismos críticos del burocratismo de los PCs que entonces constituyeron núcleos de verdad absoluta tan infértiles como minoritarios se nos presentan como neoliberales ex maoístas y ultraizquierdistas, encabezados por un
Cohn-Bendit que apoyó el bombardeo de Yugoslavia y que hoy pide “
Olvidar 1968”.
A la par, los movimientos altermundistas y socialdemócratas se ven desbordados por una cultura de consumo irrefrenable, mientras el modelo productivo se dirige a un colapso que muy difícilmente se podrá evitar. Sin embargo, parece no haber alternativas reales y la misma incapacidad del capitalismo de satisfacer las necesidades más básicas de la mayor parte de la población no da señales de pronosticar su fin y trascendencia.
Mayo no fue ni el comienzo ni el fin de nada. El espíritu del Mayo vive, y cobrará fuerza si cobra fuerza la conciencia generalizada de que un mundo mejor es posible e imprescindible. Y termino, por miedo a que los errores de entonces se repitan y creyente que sus pros se han sabido asimilar, con una cita no de un joven rebelde, sino de un dirigente del
'establishment' comunista, más actual que nunca:
Coraje no significa gritar en la calle "Ho Chi Mihn" o "Guevara". Coraje, para un hombre inteligente, es no consentir que se haga de él un estorbo. Sirve de muy poco tener ese falso coraje de parar una bala en nombre de la 'Revolución', en una lucha 'revolucionaria', pero nunca tener ese verdadero coraje cotidiano que consiste en sacrificar la propia identidad para ser eficaz.