Tras un breve pasaje por Londres, donde por primera vez, tras haber vivido por allí hace años, entendí el porque del amor a los pubs, que (en gran parte) son cualquier cosa menos los antros futboleros que se conocen por aquí, salí de Madrid hacia Bruselas (y de ahí al este de Alemania, Baviera, Austria y Suiza, cruzando los alpes para volver desde Italia) en mi segundo Interrail, esta vez por solo dos semanas, esta vez acompañado. Fue esto último lo que, felizmente, me impidió ofrecer actualizaciones regulares como el viaje anterior. Vuelvo con cierto desencanto en relación a Bélgica (excluyendo su cinemateca y el museo dedicado a Magritte), excitación por Berlín y Múnich - dos ciudades muy diferentes, ambas extraordinarias - sorpresa con la calidez de los alemanes, la calidad - algo monótona - de la comida germana, del vino suizo, de la belleza generalizada de Suiza, y, otra vez más, incredulidad (ingenua, lo sé) ante el tremendo giro derechista de Italia.
Os dejo algunas imágenes.
Bicicletas en la estación de Brujas
Vidrieras de la catedral de Colonia
¡Berlin!
Tumba de Marcuse (¡adelante!)
Brecht y yo, delante de la Berliner Ensemble
Buchenwald
Alpes desde un tren
Lo de Miquel Barceló en la Sala de los Derechos Humanos, ONU
Vista desde el albergue en Bérgamo